La hoguera de las vanidades

La hoguera de las vanidades

domingo, 2 de diciembre de 2018

20 años de La Razón


La Razón cumple veinte años. En la propia efeméride está la noticia. Si alguna versión periodística de la mujer del anuncio de Neutrex hubiera dicho en 1998 que viene de un futuro en el que la cabera fundada por Luis María Anson ha cumplido dos décadas, nadie la hubiese creído. Una anécdota de aquel otoño: una mañana de sábado, un adolescente ya interesado en el devenir de los medios se asombra ante un kioskero próximo al Banco de España. "¿De verdad se van a vender todos esos periódicos?", pregunta ante la gigantesca torre de ejemplares de La Razón que se alza sobre la calle. (El diario acababa de salir al mercado con una oferta de lanzamiento de 50 pesetas, es decir, unos 30 céntimos de euro). "No, chaval. Son las devoluciones del de ayer", dice el vendedor, que para entonces ha visto ya nacer y morir unos cuantos proyectos. 

Ni el más acérrimo detractor de La Razón puede negarle un meritorio espíritu de supervivencia. Y todo por una pataleta personal de Anson. Incapaz de seguir viviendo sin dirigir ABC, convenció a un conjunto de empresarios -Televisa, Zeta y hasta el productor de cine José Frade- para poner en marcha otro periódico nacional editado desde Madrid. No era, ya entonces, un mercado fácil. El País, El Mundo y ABC  mantenían una dura pugna y todavía baqueaba Diario 16, al que le quedaban tres años exactos de vida. Ya había cerrado. Y el principio de la década se había llevado consigo los proyectos de El Sol y El Independiente en un abrir y cerrar de ojos. (Anson había prometido a Luca de Tena que jamás dirigiría un diario que no fuera ABC. Para poder cumplirlo, se inventó el cargo de "presidente" del periódico, desde el que realizaba las funciones típicas del cargo de director). 

Nunca fue bien en ventas. La gracia de La Razón era ser un producto típicamente ansonita. Las fotos editorializadas, los latiguillos como "en círculos periodísticos", "no se habla de otra cosa" y todo aquello. Y las portadas delirantes. "Aznar paró el penalty", titularon el 21 de junio de 2002 para querer decir que el presidente había superado la huelga general que le montaron los sindicatos en contra de la reforma laboral. La imagen era la del portero del Real Madrid y la Selección Española, Íker Casillas, parando un penalty en el Mundial de Corea y Japón de aquel año, pero con el rostro de José María Aznar. Tal cual. 

El desembarco de Planeta en el accionariado del diario es el gran hito que explica su longevidad. (Anson les arranca en 2000 el compromiso de mantener la cabecera durante 50 años). Al mismo tiempo, es lo que convierte en intolerable su actual deriva. Intentaremos explicar por qué. 

El principal grupo editor en la segunda lengua más hablada del mundo no puede tener un diario como La Razón. No, al menos, como único periódico de información general de ámbito estatal. ¿Qué podemos decir hoy de La Razón? Consumada la salida de Anson en 2006, por unas discrepancias con Lara por compartir "casa" con el independentista Avui, el diario dio algunos bandazos. Ahora cumple ya una década con Francisco Marhuenda a sus mandos. Ahí dónde le ven, el decano de los directores de prensa en España. Es difícil que Marhuenda caiga mal. Su sobreexposición televisiva le ha convertido casi en parte de cualquier familia española. Es entrañable en la numantina defensa de sus postulados. ¿Qué postulados? He ahí el problema: Marhuenda ha configurado un periódico que es, a la vez, agresivo y carente de línea de editorial. ¿Carente de línea editorial La Razón? Ha leído bien. El diario no ha hecho otra cosa que una puesta en papel de las medidas que ha ido anunciando el Partido Popular (PP) a lo largo de estos años. En la oposición y en el Gobierno. El director no sólo no ha escondido, sino que ha llevado a gala los años trabajados, "despacho con despacho" junto a Mariano Rajoy. No ha habido principios ni ejes vectores. La Razón ha hecho bandera de todo aquello que el PP ha dicho o hecho, fuera una cosa o su contraria. La información se ha presentado en muchas ocasiones más como corresponde a un boletín interno del partido que a un medio de comunicación externo destinado al público general, por más que éste se incline mayoritariamente por votar unas siglas concretas. 

Han sido años de crisis, qué les voy a contar. Economía de guerra, aplicada con especial dramatismo a las redacciones de las empresas periodísticas. Planeta no ha querido arriesgar. Plantel justito, informaciones muy editorializadas y a por el lector fiel, aunque sea escaso. Ya ajustarán luego con sus otras empresas. (El conglomerado mediático de líneas editoriales diversas ha tenido su primer ejemplo de éxito en José Manuel Lara, todo sea dicho). En La Razón trabajan extraordinarios periodistas. Carmen Morodo, Pilar Gómez, Toni Bolaño... pero su labor luce poco. No hay una apuesta por la información de calidad. El panel de columnistas no brilla. Rostros de la tele y voces de la radio  dan forma escrita a reflexiones sin demasiada originalidad ni calidad literaria. (Tengo debilidad por las "insensateces" de María José Navarro, no apreciada en su justa medida como opinadora). Alfonso Ussía, a estas alturas del siglo XXI, tiene los honores de copar la contraportada con unos textos como sacados de hace 25 años. 

Pero si hay algo sangrante en el papel de La Razón es su (falta de) apuesta cultural. Anson se sacó de la manga El Cultural para hacerle reñida competencia al ABC Cultural al que tanto mimó. Y al poco se lo llevó a El Mundo. Han tenido 18 años para pensar en alguna alternativa. Me resulta incomprensible que un diario incrustado en Planeta despache la información sobre libros con unas pocas páginas semanales, indistinguibles del resto del periódico. No creo que sea el miedo a ser juez y parte. De un diario perteneciente a ese grupo empresarial cabe esperar un suplemento cultural de referencia. (Nos conformaríamos ya con que hubiera suplemento cultural digno de tal nombre). 

La Razón es un periódico ya más conocido por sus múltiples saraos vespertinos en la sede de Josefa Valcárcel -un "must" del "madrileñeo"- que por lo que tenga que contarnos a la mañana siguiente. Y eso, con ese poder económico detrás, es una pena. Tiempos de "fake news" y de desprestigio de la prensa tradicional. ¿Qué tal un relanzamiento que configurara una cabecera de indudable calidad y obligada lectura para las élites intelectuales, por encima de cual sea su legítima línea editorial? 

Creo que ha llegado el momento. 


domingo, 23 de septiembre de 2018

Censurar

GTRES

Hay palabras traicionadas por la polisemia. He ahí el caso de "censurar". La segunda acepción que le da el DLE habla de "corregir o reprobar algo a alguien". La cuarta apunta a "Dicho del censor oficial o de otra clase: Ejercer su función imponiendo supresiones o cambios en algo". Por eso hay que tener cuidado cuando se utiliza. Uno puede querer que alguien critica algo y dar idea de que alguien ha impedido que algo salga a luz. 

Ahora hay ejemplos casi a diario. Y si no, vean lo que está pasando en el diario El Mundo. Desde su fundación, allá por 1989, este periódico se ha caracterizado por incorporar en sus páginas a una pluralidad de voces, muchas discordantes con la línea editorial del diario. Punto a su favor. También dijimos por aquí que tiende a desdecir el dicho abuelil que recomienda lavar los trapos sucios en casa. 

La nómina de opinadores del periódico incluye a Arcadi Espada. Palabras mayores. El periodista catalán es una referencia en esta profesión. La lectura de sus Diarios (2003) fue, quizá, la que más agradecí en toda la carrera. Lo malo de Espada es que es muy consciente de su genialidad. Eso se ha traducido en la construcción de un personaje que, en los últimos años, se ha instalado -me temo que para entrar a vivir- en la caricatura. Su estrategia, como la de tantos otros, es clara, casi casi burda. Consiste en oponerse a una corriente de pensamiento mayoritaria. Cuanto más mayoritaria, más histriónica será su pose. Si todo el mundo dice "A, A, A"... él contestará no ya con "B", si no con "claro que B, ¡por supuesto que B!, ¿quién puede ser tan obtuso como para inclinarse por A si hasta un analfabeto se tendría que dar cuenta de que es B?". En ese estado de cosas, escribió un texto con afán provocador para glosar la comparecencia del expresidente del Gobierno, José María Aznar, en la comisión del Congreso de los Diputados que investiga la financiación del Partido Popular (PP). En concreto, del agrio intercambio dialéctico que éste tuvo con el diputado de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), Gabriel Rufián

Aznar se equivocó con Rufián. A Rufián hay que contestarle en sede parlamentaria diciéndole: «La polla, mariconazo, cómo prefieres comérmela: de un golpe o por tiempos?», mientras uno va sonriéndose delicadamente en su cara.
Tsevan Rabtan ha hecho el ejercicio de escribir el mismo artículo diciendo lo mismo sin manejar expresiones soeces. Queda claro que el mensaje era perfectamente transmitible sin tirar de semejantes referencias. Pero entonces Arcadi no hubiera conseguido el impacto que buscaba. Soy un poquito antiguo. Por eso considero que hay cosas que la prensa escrita no debería reflejar. Me provoca el rechazo de un sonoro eructo en la mesa, o de un pedo expelido a plena satisfacción en mitad de una reunión social. Nada grave, tampoco. Nos movemos en el nivel del reproche, del gesto de desaprobación, del resoplido que manifiesta desagrado de compartir espacio con según qué personas. Espada es así. Hay que estimarle con sus virtudes -que las sigue teniendo- y sus defectos -en los que corre el riesgo de refocilarse-. 

Parte de la redacción de El Mundo ha ido más allá. Han firmado un documento que han hecho llegar a su director, Paco Rosell. Afirman ser medio centenar, o eso dicen al menos los medios a los que se ha filtrado la noticia. (La  manera en que unos informamos sobre las miserias de los otros merece, sin duda, un capítulo aparte). Porque la carta está firmada, pero a día de hoy no sabemos por quiénes. Sólo Lucía Méndez ha salido a la palestra para reconocer su respaldo -quién sabe si promotor- al escrito. Méndez no es una cualquiera en esa redacción. Miembro de la misma desde la fundación del rotativo al que llegó procedente del Diario 16 de Pedro J. Ramírez, la periodista no tiene, quizá, el perfil intelectual de Espada, cuyos textos abrigan gran ambición literaria. Pero es una magnífica periodista política, enormemente rigurosa cuando escribe opinión. Muchos no le han perdonado sus posicionamientos críticos con el PP, después de haber hecho un paréntesis en su trayectoria en El Mundo para formar parte del equipo de Miguel Ángel Rodríguez en la secretaría de estado de Comunicación, entre 1996 y 1998. Es presumible que a Méndez no le guste el estilo de muchas de las cosas que se hacen hoy en el diario. Pero así son las grandes cabeceras. Conllevan una complejidad y una pluralidad, en voces y comportamientos, que hacen muy difícil una comunión integral con el proyecto. 

El escrito no puede resultar más contraproducente. Hasta a los que más nos chirría el lenguaje de Espada nos escama la acción de los redactores de El  Mundo. Queriendo “censurar" en la segunda acepción, da la impresión de que buscan hacerlo acorde a la cuarta. No le arriendo la ganancia a Rosell. Si reconviene a Arcadi buscando que pula sus ansias provocadoras para no caer en literalidades incompatibles con la prensa de calidad, pudiera parecer que se pliega a un texto en el que los trabajadores de la cabecera han malinterpretado su legítimo interés en mejorar la calidad del diario. Qué lío, ¿no?


Era mucho más fácil resoplar ante el eructo. Unos ojos en blanco que hagan pensar al pedorro que, quizá, está ya un poco mayor para revolucionar el patio con según qué resortes. 


sábado, 28 de octubre de 2017

Ferreras y diez más


Es un hecho: La Sexta se encamina hacia un modelo "all news" de programación, huérfano en la televisión privada española desde el cierre de CNN+ en diciembre de 2010.  Su formato para retransmitir -el verbo está elegido con toda intención- actualidad política tiene muchos aspectos discutibles, pero ha funcionado contaminando de paso el modo de proceder de sus competidores. Ahí está TVE cediendo a las presiones y pasando ese contenido a su primer canal, vaciando de todo sentido el 24h, un producto que a día de hoy le diferencia de la oferta privada. 

La crisis catalana ha escenificado el culmen de este formato. Ha supuesto casi un salvavidas para la cadena de Atresmedia, que llegó a pasar algunos apuros cuando el devenir político entró en cierta planicie entre el final de la primavera y el principio del verano. (Tiempos aquellos). Si por algo ha destacado el planteamiento de La Sexta es por la omnipresencia en pantalla de Antonio García Ferreras y, en menor medida, de Ana Pastor. El hecho de que este presentador llegue a asumir el control de especiales de muchísimas horas de duración, con su consiguiente deterioro físico evidenciándose a los ojos del espectador, ha generado una riada de bromas en las redes sociales. Prima en ellas un tono compasivo con el periodista. Éste no puede resultar más desacertado. García Ferreras es su propio jefe, y si acapara el tiempo televisivo en tan desmedidas circunstancias es, ni más ni menos, que porque le da la real gana. 

Lamento ir contracorriente. Pero me está pareciendo una puesta en escena grotesca. El "timing" de los acontecimientos de la crisis catalana parece casi pensado para su reflejo en televisión. No es uno de esos acontecimientos que surgen de modo inesperado y obligan a actuar bajo la improvisación, que es lo que hasta ahora había provocado esas presencias maratonianas bajo el calor de los focos. Permite, por tanto, una correcta planificación de la cobertura, por extensa que ésta sea. Ahí va incluido el lógico refresco de las caras que lleven el peso de la emisión. No creo que La Sexta ande escaso de ellas. (A título ya muy personal, me extraña sobremanera ver a Hilario Pino recorrer el camino inverso del periodismo televisivo, del plató a la calle, cuando me parece uno de los mejores conductores informativos de los que ha gozado el medio). 

Así las cosas, estas emisiones-río de un Ferreras convertido casi en la mosca de su canal deberían ser objeto de un análisis crítico algo más profundo que la palmadita en la espalda por una machada tan innecesaria como contraproducente. (¿Qué quiere ser La Sexta? ¿Un referente de la información televisiva o un espejo para el ego de su máximo responsable?). La constante presencia en plano de este periodista, casi siempre respaldado por Ana Pastor, supone, además, algo más grave: una falta de respeto hacia los demás profesionales de la cadena. 

Más periodismo, claro que sí. Pero con más rostros. 

martes, 12 de septiembre de 2017

En el ojo del huracán

“El rasgo más característico de la televisión es que la gente la ve, de ahí que se llame teleVISIÓN. Y lo que ven, y les gusta ver, son imágenes en movimiento, millones de ellas, de poca duración y dinámica variedad. Va en la naturaleza del medio el deber de esconder lo relacionado con las ideas para acomodarse a las necesidades del interés visual, que es como decir acomodarse al negocio del espectáculo”.
(Neil Postdam, Divertirse hasta morir, Ediciones La Tempestad, Barcelona, 1991)

Andan los periodistas divididos en Twitter a costa del huracán Irma. Pero, ¿cómo? ¿Es que hasta los fenómenos meteorológicos, de consecuencias tan innegables, también se prestan a la controversia? Sí y no. El motivo de la discrepancia está en su cobertura informativa o, por decir mejor, en la puesta en escena que se le da a esta cobertura en el medio televisivo. Almudena Ariza, de TVE, ha despertado, ya desde el anterior huracán Harvey, algún que otro comentario crítico por realizar sus conexiones en directo sumergida en las aguas. Pero la palma se la ha llevado su homólogo en Antena 3 TV, José Ángel Abad, que el pasado fin de semana desafiaba las órdenes de evacuación e informó en directo sobre el terreno, padeciendo, a ojos de los espectadores, todos y cada uno de los rigores del paso del huracán.
La reacción ha sido ambivalente. Los elogios han predominado entre las figuras del periodismo que se han pronunciado. Pero las redes sociales han sido vehículo de otros comentarios que han mostrado duda sobre la utilidad real de la temeridad. La comparación con el periodismo de guerra ha salido a relucir en el debate. La esgrimía, por ejemplo, una de las periodistas más brillantes de su generación, Irene Cacabelos. Me parece un aspecto interesante para la discusión. Es evidente que los periodistas que informan de los conflictos bélicos sobre el terreno se están jugando la vida. A todos nos vienen a la cabeza un buen puñado de nombres que se quedaron por el camino en su búsqueda por informar al público. Pero a la hora de ejercer el periodismo, creo que la comparación entre una guerra y un fenómeno meteorológico no se sostiene demasiado. En la primera, el informador debe luchar contra un muro de opacidad. Su presencia, tan valiente, allí dónde las balas silban al oído aporta un extra que le da acceso a más y mejor información. Hay abundante literatura a este respecto. El periodista de guerra es, y no es ningún tópico, una especie aparte dentro del oficio.
Lo de un huracán es muy diferente. Los institutos meteorológicos disponen de toda la información que el consumidor pueda querer saber. Quedarse impertérrito a modo de “dummy” viviente para que el espectador, repanchingado en su sofá, vea que en efecto lo del fenómeno devastador de turno va en serio, tiene más que ver con la obtención de una imagen poderosa que con la difusión de una información que aporte un algo más. Claro que ésta –la imagen- es indispensable en la televisión. Pero su obtención tiene que realizarse en unas condiciones de seguridad mínima para los profesionales.
No hace falta irse muy lejos para encontrar ejemplos de esta deriva en la información televisiva. En cuanto el termómetro baja de cero grados, es ya costumbre enviar a algún sufrido reportero al punto más frío que se tenga a mano. Desde ahí es condenado a realizar unas conexiones en directo del todo imposibles. Las condiciones climatológicas impiden que el periodista pueda trasladar una información mínimamente comprensible, entre tiritonas y mocos en avanzada fase de congelación cayendo sobre sus rostros. Nadie nos explicó en la facultad cómo sobrevivir a una hipotermia. Los datos son irrelevantes. La gestión de las alertas en caso de frío extremo fluye prácticamente sola. Nada nos va aportar ver a una persona recitarlas a duras penas en mitad de la inclemencia. Nada excepto la imagen, claro. La información, sí, como espectáculo. (“¿Has visto qué frío hace? Ha salido uno en la tele que no podía ni hablar”.) La Sexta, y muy especialmente su vespertino Más vale tarde, ha hecho de esta clase de conexiones casi un género en sí mismo.
Todos somos un poco culpables. Pensamos en la imagen por encima de todo. Es difícil no caer en la tentación: la difusión que ahora mismo puede conseguir una foto de impacto o un vídeo corto y estremecedor, hubiese resultado inimaginable hace sólo unos años. A casi todos los periodistas nos pierde un poco el ego. Pero conviene pararse a reflexionar un poco. Establecer unos límites. Fíjense en el título del libro que se cita al principio. No se trata de convertirlo en realidad.

martes, 13 de diciembre de 2016

...y Cebrián salió al exterior


No milito en ningún bando en lo que Juan Luis Cebrián se refiere. Ni le considero un faro para guiar al periodismo occidental ni le creo responsable de los males que asolan a España. Tiendo a pensar que fue un buen director de El País, aunque para cuando yo me sumé como lector, aunque fuera muy precoz, él hacía ya varios años que estaba en funciones directivas. Soy un consumidor bastante desprejuiciado de los productos de PRISA. Estoy suscrito, vía Kiosko y Más, a El País, periódico que leo a diario -como ABC y El Mundo- desde mi más tierna infancia. Muchas horas de Cadena SER integran mi trayectoria de radioyente. El primer Canal+ fue un producto de primerísima calidad. Y el catálogo de Alfaguara ha deparado algunas de las mejores novelas de las últimas décadas. 

Lo malo lo sabemos todos. Endogamia, arrogancia, cierto sectarismo a la hora de dictar qué es de recibo y qué no en la sociedad española en general y en la cultural en particular. Entre finales de los 80 y mediados de los 2000, PRISA ejercía una influencia que sólo ahora, con la perspectiva del tiempo, podemos apreciar en su justa medida. 

La necesidad de promocionar sus recién publicadas memorias ha puesto a su consejero delegado en una curiosa situación. De repente, Cebrián se ha puesto a conceder varias entrevistas en poco tiempo a distintos periodistas... que no eran a la vez sus empleados. Esta salida al exterior del periodista/gestor ha tenido resultados dispares. El domingo, Jordi Évole le dedicó un Salvados entero. No sé en qué planeta vive el primer director de El País si de verdad pensaba que los asuntos que le han hecho protagonizar polémicas en los últimos tiempos iban a quedar al margen. El hundimiento de PRISA tras la muerte de Jesús de Polanco, su conexión con los llamados "papeles de Panamá" o los últimos posicionamientos editoriales del grupo eran asuntos de objetivo interés. Y más, perdón por repetir la idea, en un personaje que apenas ha concedido entrevistas más allá de las murallas de su propio grupo mediático. 

Campo abierto para hacer preguntas incómodas a uno de los hombres más influyentes de la España democrática. Évole entró en tromba. Su poco sutil búsqueda por el enfrentamiento decantó mucho la balanza a favor de Cebrián. Estuvo altivo, sí, pero esa altivez casi parecía la respuesta correcta al tono de su interrogador. 

A las horas, todo cambió como de la noche al día. (Je, je, je). La tourné de Juan Luis Cebrián por Atresmedia hacía parada en Más de uno, segmento Carlos Alsina. El conductor planteó las cuestiones anteriormente descritas. Pero, sea porque el entrevistado no reaccionó bien al visionado del espacio de Salvados previamente grabado o porque, simplemente, se le acabó su paciencia, el directivo de PRISA estuvo profundamente desafortunado en sus respuestas. En fondo y forma. Todo fue adquiriendo un tono incómodo que desembocó en una penosa referencia al onanismo y una especie de confesión: sólo por la insistencia de su editorial se sometía a la "tortura" de ser entrevistado por periodistas no empleados. Quiénes cotilleamos el asunto desde la plataforma Atresplayer pudimos ver cómo Cebrián abandonaba el estudio sin despedirse de John Müller y que Alsina recibía un teléfono móvil con el que iniciaba, entre sonrisas, una conversación muy poco después de que el directivo saliera por la puerta. 

En ambas charlas ha dicho Cebrián que ve cercano el fin de sus responsabilidades ejecutivas en PRISA. Quién sabe si lo que ha hecho es acelerar ese final. Vaya imagen. Inconvenientes, suponemos, de vivir en una burbuja. Como dijimos antes, en ese "grupo multimedia" (como socarronamente solía llamarlo Javier Pradera) ha sobrado endogamia. Se han cerrado en banda al exterior. Y eso puede provocar que dejes no ya de comprenderlo, sino de simplemente saber qué es lo que, más o menos, le puede esperar a uno fuera. El entrevistado debía haber previsto las preguntas y contestarlas con educación. O justificar la ausencia de respuesta siempre con buenas maneras. Los aspavientos hacia la mera formulación de las cuestiones no son coherentes con una visión ponderada de nuestra realidad. 

En el momento álgido de su injustificada irritación con Alsina, Juan Luis Cebrian dijo que 

"Sólo hay algo parecido al deterioro de la clase política española y es el de los medios de comunicación"

Lo celebro. Porque lo comparto. No he escuchado a nadie preguntarle estos días con cuanta frecuencia consulta lo que se publica en El Huffington Post, cuyo 50% de acciones posee PRISA. Yo me muero de curiosidad. A lo mejor a la próxima. Si es que la hay, claro. 

lunes, 21 de noviembre de 2016

Lo peor de nosotros mismos



Es un ejemplo muy ilustrativo de los tiempos que vivimos: el 20-N ha adquirido estos últimos años una trascendencia sensiblemente mayor de la que tenía cuando vivía la mayor parte de la gente que coexistió con la Guerra Civil y el franquismo. Este año, podemos decir sin demasiado rubor que ha sacado lo peor de nosotros mismos. ¿Plural mayestático? Bueno, estamos hablando de los medios de comunicación. Distintos patinazos televisados, colgados e impresos me han llamado enormemente la atención estos días. Todos ellos tienen como trasfondo, de alguna manera, la efemérides. Algo querrá decir. Vamos por partes. 

Cuando La Sexta entra en tu archivo 

La Sexta prefirió el aniversario redondo y centrarse en los 40 años transcurridos desde la aprobación, por parte de las suicidas cortes franquistas, de la Ley para la Reforma Política. En buena hora. El plato fuerte de su edición de La Sexta Columna consistía en una "revelación" de Adolfo Suárez. Fue en 1995 durante una entrevista con Victoria Prego para... Antena 3 TV. Ay, el peligro de las fusiones. El fusionado tiene acceso a tu archivo y sepa Dios el uso que le va a dar. 

A mediados de los años 90, la Transición empieza a adquirir esas dimensiones míticas que hoy tanto se critican. Tuvo mucho que ver en ello la propia Prego, gracias a su excelente serie homónima que TVE tuvo mucho tiempo en el cajón y finalmente se decidió a estrenar en el verano del 95. En ese contexto, Antena 3 -en aquel entonces, propiedad de un conglomerado de empresas en las que tenía voz preponderante el Grupo Zeta- le encarga a la periodista un reportaje sobre el 20 aniversario del reinado de Juan Carlos I. Según le acaba de contar a lainformacion.com, se decidió a entrevistar a todos los presidentes. La de Suárez le pareció tan interesante que propuso su emisión independiente. Antena 3 TV rechazó tal posibilidad. Fíjate tú lo que son las cosas. 

La revelación en sí no era otra que el porqué de la presencia del Rey en la histórica ley del 76. 

...la mayor parte de los jefes de gobierno extranjeros me pedían un reférendum sobre monarquía o república. (...) Hacía encuestas y perdíamos. Era Felipe el que les estaba pidiendo a los otros que lo pidieran. Entonces yo metí la palabra "Rey" y la palabra "monarquía" en la Ley y así dije que había sido sometido a referéndum ya. 

¿De verdad resultaba tan sorprendente? ¿Tan difícil es para las nuevas generaciones de furiosas hordas de Twitter hacer el esfuerzo de situarse en el contexto de la España de 1976?  Repasa uno lo que el sector más a la izquierda de la opinión publicada -ya sea en medios de comunicación o en redes sociales, si es que asumimos que son cosas distintas- dijo ante la "sorprendente" revelación y no puede sino quedarse ojiplático. Cuánto odio, Dios mío. Pero, aunque uno se sitúe en contra de los que se tiran de los pelos, no puede sino reconocerse que entra en el terreno de lo opinable. 

Distinto es lo que pasa con la forma de la cuestión. Suárez hace la revelación tapándose el micro de corbata que lleva puesto. Le está haciendo una confidencia a Victoria Prego. Es lo que cualquier periodista conoce como un "off the record". No voy a echar mano ni del hecho de que Suárez esté muerto ni de que sea plausible que en 1995 estuviera bajo los primeros síntomas del mal que padeció en sus últimos años. No me hace falta. Es un atentado contra la ética periodística de primera magnitud. 

Los responsables de La Sexta son excelentes periodistas y personas de probada inteligencia. El meritorio éxito de su apuesta por la información política -a la que han sabido barnizar de golpes de efecto propios del concepto clásico de "espectáculo televisivo"- no debe ser excusa para violentar los más elementales principios periodísticos. 

Ni la cuestión merecía el bombo que le dieron ni la forma en la que se accedió a la información en sí justificaba su difusión. Escribo estas líneas mientras escucho -en diferido- las explicaciones al respecto que aporta César González Antón en Más de uno, de Onda Cero. Invoca una especie de caducidad del "off the record". Lo siento, no lo veo. 


Vertele


Hay franquistas en mi sopa 


Las manifestaciones que los nostálgicos del franquismo siguen llevando a cabo con motivo del aniversario de la muerte del dictador pueden tener interés periodístico, no digo que no. Un cierto análisis sociológico de la gente que acude, etc. Dar relieve al hecho de que sigan existiendo, como ha hecho estos días atrás eldiario.es me resulta más desconcertante. En esta España de alrededor de 47 millones de habitantes sigue habiendo franquistas. Bueno. Pero, ¿cuántos son? Las concentraciones hablan por sí solas: hay salas de los Renoir que no se llenarían con ellas. Son una de tantas minorías insignificantes que existen en una población tan grande y diversa. Claro que da repelús verlos añorar ese régimen y manifestarse enarbolando la bandera preconstitucional. Pero convertirlos en algo significativo es una traición al retrato veraz de una sociedad que debe aspirar a dibujar el periodismo riguroso. A la línea editorial de la publicación que dirige Ignacio Escolar puede venirle bien una España llena de fachas. Pero que la realidad no te estropee el titular. (Topicazo, lo sé). 

Cuando España se sitúo en amplísima mayoría en contra de los planes de ayuda a EEUU respecto a una guerra contra Irak en los que creía firmemente José María Aznar, Tony Blair bromeó con éste haciéndole ver que el porcentaje de españoles que le respaldaban era similar al de ciudadanos del mundo que piensan que Elvis sigue vivo. Pues eso. 




Y de ahí, a la apología del franquismo 

Pero, ¿cómo? ¿La derecha mediática se va ir de rositas en este repaso de bochornos? Tranquilos: está Salvador Sostres. Franco y Hitler se llama la columna que ha provocado más de algún atragantamiento al que se haya acercado a ABC esta mañana. Se trata de una apología del franquismo en toda regla. Muy desafortunada en el fondo y directamente nauseabunda en la forma. "Franco resolvió el problema para España", dice en la que quizá sea la frase más comentada en las dichosas redes. Hay muchísima más tela que cortar. Se mete en tema tan controvertido como los judíos salvados por el dictador, un asunto del que circulan versiones tan diversas que es un insulto al rigor periodístico decir que "salvó a miles" en una columna de opinión sin aportar más datos al respecto. La democracia fue su "gran obra póstuma", según el polemista catalán. Hombre, lo suyo sería aseverar, como mucho, que en sus últimos años veía la democracia casi como un mal menor, pero nada más. A este recurrente testimonio me remito. 

Por lo menos, su defensa de Franco se basa en un ataque a Hitler. El provocador no ha llegado a más. De momento. 

Es una ilustración de un mal perenne en la sociedad española. La coincidencia ideológica prima sobre los principios fundamentales, como anteponer la democracia a cualquier dictadura.  De ahí que cierta izquierda salude con regocijo a Otegi o babee con el régimen cubano. Y que cierta derecha mire hacia el franquismo -que muchas veces no vivió- con agrado. 

Una triste conclusión 

La imagen de la gigantesca obra de la Transición sigue ajada. Quizá no tanto como en el tsunami de 2014 (en la misma quincena, Podemos se plantó en el Parlamento Europeo y el rey Juan Carlos abdicó), pero sí en un alto grado. Los medios de comunicación tienen mucha culpa. Parece que molestara el consenso de entonces. Ese esfuerzo para que cupieran todos ha quedado arrinconado. Unos y otros pugnan porque "su" España se imponga a la otra. 

Qué pereza. 






domingo, 27 de marzo de 2016

Radio de altura

Carlos Alsina, Juan Ramón Lucas y Carlos Herrera, nombres clave en la actual mañana radiofónica


En estos días se cumple un año de la marcha de Carlos Herrera de Onda Cero. La cadena de Atresmedia hizo un gesto audaz: ¿para qué iba a terminar la temporada, teniendo contrato, si tarde o temprano tendrían que poner en antena a su alternativa? De modo que lanzaron un espacio matinal, buque insignia de cualquier cadena generalista, a vuelta de la Semana Santa de 2015. Pasados unos pocos meses, Herrera confirmó lo que era un secreto a voces desde el verano anterior: no renovaba con Onda Cero porque se iba a hacer el mismo tipo de programa a la competencia, la Cadena COPE

Fernando Ónega lo definió perfectamente en la última edición de La Brújula que comandó Carlos Alsina. Para el oyente, empezaba un tiempo similar al de la mudanza cuando uno cambia de domicilio. Es una figura muy atinada. La radio de mañana ha cambiado mucho en este año. Transcurridos doce meses, podemos ya hacer algo parecido a un balance sólido. Vamos allá. 

Onda Cero apuesta por la fórmula partida  

Atresmedia tiró la casa por la ventana para promocionar Más de uno. No era para menos: una cadena de radio se lo juega todo con su franja de mañana. La estrategia apostaba por partir el formato en dos tramos muy diferenciados presentados por dos conductores distintos. 

Es una clara tendencia en la radio española del último lustro largo. Sabido es que los grandes programas de mañana se fueron alargando tanto durante los años 90 que sus comunicadores estrella hubieron de reciclarse para dar cabida a una variedad de contenidos enorme. De empezar a las 9h con el pescado informativo ya distribuido por los matinales que les precedían a absorber un larguísimo esquema de seis horas que podría resumirse por encima en "informativo-tertulia-magacín". Esto provocó que Luis del Olmo asumiera unos aspectos más informativos de los que estaba acostumbrado y que Iñaki Gabilondo condujera secciones que nada tenían que ver con su imagen habitual. ¿O es que nadie recuerda ya el delirante tarot de Leonor Alazraki


La COPE ya dividió su mañana entre 1992 y 1995, con Antonio Herrero y Carlos Herrera


En aquellos años, el mal sabor de boca dejado por la experiencia de La Mañana de la COPE repartida entre Antonio Herrero y Carlos Herrera hizo que una fórmula partida fuese vista, casi, como sinónimo de "mal fario". Hubo de ser la propia COPE la que volviera a probar, pero tampoco puede decirse que la cosa saliera muy bien: Ignacio Villa, de 6 a 10, y la dupla Ely del Valle/Enrique Campo, de 10 a 12, se repartieron la primera mañana episcopal tras el despido de Federico Jiménez Losantos. Les sustituyó Ernesto Sáenz de Buruaga que, curiosamente, sólo estuvo un año al frente de las seis horas. Sería sustituido en el tramo magacín por Javi Nieves, que permaneció en él cuando el burgalés fue reemplazado por Ángel Expósito en la última temporada preherreriana. Pero la campanada a este respecto la dio la Cadena SER en 2012, cuando remodeló Hoy por hoy y confió sus dos tramos a dos mujeres distintas: Pepa Bueno y Gemma Nierga. Así pues, de los grandes operadores nacionales sólo Radio Nacional se ha abstenido de experimentar con la fórmula partida. 

Personalmente, soy escéptico a este respecto. Sus defensores suelen esgrimir argumentos generacionales: los Gabilondo o del Olmo son irrepetibles y hoy por hoy (jeje) no hay comunicadores capaces de comandar, en condiciones, un macroespacio de seis horas. No puedo estar de acuerdo. Un gran programa radiofónico de mañana es un gran transatlántico, sí, pero precisamente por eso capitanearlo es una de las cúspides a las que puede aspirar en España un profesional de la comunicación. Ser capaz de llevar la voz cantante en un informativo, moderar una tertulia, divertirte con tus oyentes sobre algún "tema del día", entrevistar a un escritor, actor o cantante y exprimir a tus colaboradores más divertidos no está al alcance de cualquiera... pero sí de unos pocos cracks, que en su condición de tales ascenderían a tan importante responsabilidad. Y es su liderazgo lo que hace especiales a los programas y las cadenas. Partirlo en dos no me aporta nada especial, salvo una dosis extra de admiración por los que sí apechugan con las seis horas. (Ahora mismo, Herrera, Alfredo Menéndez y Losantos). 

Más de uno, pero... ¿llegan a dos? 

Carlos Alsina es uno de esos cracks. Por algún motivo, está encantado con la fórmula partida y con asumir, "solo", las cuatro horas de Más de uno que comprenden el informativo y la tertulia. Alsina es uno de los máximos exponentes de la radio "preparada" que a día de hoy tenemos en las ondas. Quizá sea un tipo con la suficiente cultura e ingenio como para entrar en el estudio conforme suenan "los pitos" e improvisar un monólogo con cuatro claves informativas del día. Pero su estilo es otro. Una radio de guión, muy cuidada, enormemente elaborada, con un apoyo en músicas y audios cuidadosamente seleccionados. Sólo bajo esos principios puede uno hacer piezas de orfebrería radiofónica como el comentario de las 8 en el que trazaba un divertido paralelismo entre Esperanza Aguirre y la Norma Desmond que interpretó Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, Billy Wilder, 1950). Esas exigencias de preparación, de horas de redacción antes de sentarse ante el micrófono, le imposibilitarían hacer las seis horas sin depender, en exceso, de colaboradores y redactores. Puede ser. Pero nos habría gustado hacer la prueba. 

Carlos Alsina, el día que estrenó Más de uno/EL MUNDO.


La suerte no le ha acompañado en estos meses. La audacia de empezar en abril tenía por objeto "rodar" el formato de cara a la siguiente temporada, ya con Herrera en otro punto del dial. Esta loable pretensión ha chocado con algunos episodios desafortunados. Javi Gómez abandonó la revista de prensa en verano y fue sustituido por Eva Orúe. Un cambio a mejor: Orúe tiene la radio en las venas y es más que indicada para tan delicada sección. Gómez tenía un cierto aire pedante que perjudicaba esos minutos de radio tan importantes que van desde las 07:35 a las 08:00h. Aquel abandono tenía como explicación su fichaje por Papel, la nueva revista dominical de El Mundo. Bueno. Peor fueron las siguientes deserciones: Manuel Jabois y David Gistau. Auténticas apuestas radiofónicas de Alsina, se marchaban rumbo a la competencia, que les sedujo a golpe de talonario. Jabois recaló en la SER y Gistau en la COPE. Las bajas eran malas para Más de uno, pero parecían mortales para La Cultureta, el espacio inventado por el conductor que nació en La Brújula, murió casi recién nacido debido al cambio de franja y resucitó como espacio propio con la nueva temporada. A todo ello se ha repuesto, con voluntad encomiable de tirar para adelante. 

Alsina saca provecho de su gran implicación durante el tramo informativo. Controla mucho más esas primeras horas, y está todo el rato al micro, al contrario de lo que hacía Herrera tanto entonces como ahora. 

A las 07:35, más o menos, es la gran prueba de fuego. Aquellos minutos, en el extinto Herrera en la onda, eran lo mejor de la primera parte del programa. Santi González hacía una revista de prensa soberbia, después de tardar algún tiempo en cogerle la medida al medio. Carlos Rodríguez Braun formaba un tándem imbatible con "el líder". El economista argentino es un comunicador nato al que algún día habrá que reconocer, en su justa medida, dentro de esa faceta. Y luego estaba José Antonio Naranjo con una sección deportiva surrealista que fue perdiendo mucho fuelle con el pasar de los años. Como hemos dicho antes, ahora es Eva Orúe la que se ocupa de escrutar ("cribar") los periódicos. Lo hace con ritmo y gracia. Braun sigue en la economía pero... tiene prohibido cantar. Los deportes tienen ahora una forma mucho más estándar en voz de Félix José Casillas, un profesional de dudosa dicción pero gran ingenio a la hora de estructurar sus informaciones en base a algún criterio que tenga que ver con la actualidad general del día. 

Algún día tendremos que reconocer la faceta como comunicador de Carlos Rodríguez Braun


El problema se llama Rubén Amón. Alsina ha ido apoyándose cada vez más en él desde los tiempos en que hacía una pedantísima revista de prensa en La Brújula en la que era imposible saber qué demonios llevaban en portada El País o El Mundo pero se desgranaban al detalle los contenidos de la publicación satírica The Onion. En Más de uno, Amón es en muchos tramos una segunda voz. Aparece en esos importantes minutos haciendo una horrible sección, Las 7 preguntas, que no es más que un refrito de los tuits depositados la tarde anterior. Amón rara vez tiene gracia, pero él se la encuentra a sí mismo todo el rato. Sólo así se explica que muchas veces no pueda acabar sus preguntitas ahogado en su propia risa. (Regla de oro de la comedia: siempre se ríe el público, no el comediante). Es fijo en la tertulia los cinco días de la semana. Y la remata, diariamente, con otra sección, El Indulto, en la que lanza sus chanzas a algún personaje. 

Amón es un pedante. En todo el mal sentido que ese término pueda tener. Aleja al oyente. Reviste sus argumentos de un vocabulario muy elevado. Rara vez lo dicho, desprovisto de todos esos abalorios verbales, encierra el menor interés o atisbo de originalidad. Tras fichar a bombo y platillo por El País, algunas informaciones apuntaron al interés de la SER por hacerse con sus servicios. Pepa, todo tuyo. 

El tramo de tertulia hereda problemas de la etapa anterior. Se han hecho algunos retoques pero, en general, el panel está muy envejecido y falto de mujeres. Algunas incorporaciones van en contra del espíritu que Carlos Alsina ha querido insuflar al espacio. Lo raro era que, hasta ahora, Francisco Marhuenda no colaborara en las tertulias de Onda Cero. Planeta pone un poco de orden "sinérgico" situando al director de La Razón en la radio del grupo. Pero su estilo está lejos de encajar con el perfil de Alsina. Otro tanto cabe decir de otro fichaje, el escandaloso Alfonso Rojo. Ambos tienen un pésimo rollo en antena con Amón. Al final, el perjudicado es el oyente. El esfuerzo por sacar a colación temas e invitados que se salga de la agenda oficial sigue siendo santo y seña de Carlos Alsina. Y qué decir de las entrevistas. Han sido de las que dan titulares.

"¿Y la europea?" Ya es Historia de la radio.


Mis horarios han hecho que haya escuchado muy poco de este año de Juan Ramón Lucas. Pero lo poco que he escuchado no me ha gustado nada. Doce meses después, se le sigue notando incómodo, fuera de lugar. Heredó la estructura y el equipo de Herrera. Lo segundo se modificó en septiembre, con Rosana Güiza y Olvido Macías emigrando hacia el tramo local vespertino. Pero ahí sigue un desubicado Lorenzo Díaz. Josemi Rodríguez-Sieiro está ya por encima del bien y del mal. Su personaje radiofónico sobrevivirá, pero da la sensación de que funciona mejor con la sustituta Begoña Gómez de la Fuente, con la que llevaba más de una década colaborando, que con Lucas. 

Su radio se ha quedado antigua. No funciona ni la sintonía piratil, ni el humor de Roberto Pérez Herrero ni las largas entrevistas telefónicas. (Al menos eso último me llamó la atención en una escucha hacia el mes de julio). Pero mi grado de conocimiento sobre este tramo del espacio es tan pequeño que no puedo profundizar más en él. Sólo manifestar mi sorpresa, pues recordaba a este comunicador más ágil en su etapa en las mañanas de Radio Nacional

Juan Ramón Lucas se estrenó en Más de uno citando a Paulo Coelho. De aquellos polvos... 

Herrera, ahora, en la COPE 

Carlos Herrera es un genio de la radio. Un superdotado para el medio. Somos afortunados de haber coincidido, como oyentes, con él al otro lado del micrófono. Se lo podremos contar a nuestros nietos, igual que vimos jugar a la vez a Messi y a Cristiano Ronaldo. Su apuesta, cambiando de caballo para disputar la misma carrera, fue arriesgadísima. Independientemente de la ventaja económica inmediata, Herrera se jugaba poner un final triste a su etapa en las mañanas radiofónicas, a poco que el experimento COPE no saliera bien. De momento, todo ha ido sobre ruedas. 

A Herrera no se le notaba a gusto en sus últimos años de Onda Cero. Cansado, apagado, falto de chispa. Nada que ver con el que se puso al micrófono episcopal el pasado septiembre. Qué ímpetu. Vaya arranque. Su conversación -grabada, como le confesaría a Bertín Osborne- con Juan Carlos I quedará para la Historia del medio. Sí, al de Cuevas de Almanzora se le nota ahora en su casa. ¿Tenía que ver el malestar en Onda Cero con la deriva editorial de Atresmedia? Imposible saberlo mientras él no diga nada. Pero es obvio que ha recuperado el empuje... haciendo exactamente lo mismo, sólo que en otra empresa. Así que no es descabellado pensar por ahí.

Herrera, en la COPE, se siente como en casa


Pocas novedades en el esquema respecto a la etapa anterior. Lo que no tiene por qué ser malo, ni mucho menos. Herrera adopta un papel menor durante el tramo más informativo. Va haciendo apariciones editoriales cada media hora, que va puliendo para lucirse definitivamente a las siete y, sobre todo, a las ocho. El peso en estas primeras horas recae en Paloma Tortajada. Pura solvencia. Y, como casi todos en esa casa -las estrellas de Tiempo de juego, Goyo González, Toni Martínez, Luis del Val, el propio Herrera...- voz reconocible de la SER de hace dos décadas.

El tramo de siete y media a ocho es decepcionante, si lo comparamos con la engrasadísima maquinaria de la que disponía a la misma hora en Onda Cero. José Antonio Arakistáin hace una revista de prensa sólo correcta. La economía es esforzada -la han toreado José Luis González Besada y Yolanda Gómez- y el deporte vuelve a ser cosa de Naranjo, pero se sobrelleva mejor porque en los tramos anteriores se luce -talento le sobra- Juan Antonio Alcalá, otro eco de aquella inolvidable SER de algunas infancias.

Santi González no se ocupa de la revista de prensa porque hace "de Ónega" al comienzo de la tertulia. O sea, centra los temas que se supone deberán analizar posteriormente sus participantes. La apuesta editorial de Herrera es clara. Yo la juzgo equivocada, pero es la suya, qué le vamos a hacer. Su Herrera en COPE defiende la España "de antes". La bipartidista, así, a grandes rasgos. Su defensa de la gestión del actual Gobierno es cerrada. Rajoy no cuenta con un aliado mediático de mayor influencia. Eso se traslada a la tertulia. Arrastra los mismos problemas que comentábamos antes en Onda Cero, sin corregir, pero aumentados. La media de edad, pese a refrescantes incorporaciones como la de Jorge Bustos, es jurásica. Las mujeres brillan por su ausencia. La nota de prensa del lanzamiento consignaba cuatro nombres de entre los 18 totales. No soy amigo de cuotas, pero es una manifiesta desproporción.

A Herrera le ha pasado algo curioso en estos años. Puede que él siga, ideológicamente, en el mismo punto en el que estaba. Pero en la percepción general se ha ido desplazando a la derecha. Al final, una posición así no sólo la determina uno mismo; también la que ocupen los demás. En los tiempos en los que competía con Losantos, el de Herrera era un posicionamiento más centrista, tanto en fondo como en forma. En el dial actual, es lo que queda más a la derecha. Con todo, es un gusto su talento entrevistando a todo el mundo. Y su manejo de la cordialidad, único en su especie.

Hay colaboradores de relumbrón para desengrasar este tramo. No todos funcionan igual. Luis del Val está a gusto y se luce con sus coplas y letras pequeñas. David Gistau daría quizá mejor el perfil en Más de uno, pero en Herrera en COPE nada a contracorriente y brilla muchas mañanas. El problema, aquí, es Salvador Sostres. ¿Por qué esa apuesta incondicional por tan polémico opinador? Eso me gustaría saber a mí el 99% de las veces que le escucho. Le reconozco que escribe bien esas majaderías que escribe. Pero no por eso dejan de ser majaderías. Aunque haga ímprobos esfuerzos por "hacer la pelota" a la propiedad de la cadena, sus posturas son, en realidad, un atentado contra su línea editorial. Esa falta de piedad respecto a los menos afortunados que él en el escalafón social no casa demasiado bien con la doctrina social de la Iglesia.

Es a partir de las diez cuando Herrera da lo mejor de sí. Los "fósforos" han salido ganando con el cambio. Goyo y María José Navarro han sido refuerzos de altura. Esas apresuradas búsquedas en Google de Lorenzo Díaz sobre el tema de cada día empezaban a no dar más de sí. Sigue Naranjo, que no molesta. Y todo fluye con mucho empuje. No importa, incluso, que algunos de los temas ya fueran ampliamente tratados en la anterior etapa. Y es que uno de los grandes talentos de Carlos Herrera es crear un magnífico ambiente en la antena, sea con el equipo que sea.

Me falta algo de recorrido para analizar, en su justa medida, lo que sucede a partir de las once. He captado cosas gloriosas, como la sección del Grupo Risa -tienen una ocasión de oro con Herrera- o el diario de la Navarro, aunque tengo pendiente su celebradísima revista de prensa rosa.

Ganamos los oyentes

En un año, el panorama de la mañana radiofónica ha cambiado mucho. Y todo porque dos antiguos compañeros de escudería ahora compiten frente a frente. Para el oyente es ahora más complicado elegir. Pero el resultado es también más gratificante. Ya no nos despertamos siempre con el mismo. Lo que suena en el dormitorio ya no puede ser lo  que dejamos puesto en la cocina. Dos oídos y un cerebro son pocos para consumir toda la radio simultánea que nos apetece. Y es que hay nivel. Dos cracks a la vez. Sólo para nosotros.

Pero qué suerte tenemos.